Los errores del cineasta bisoño pesan tanto como la responsabilidad sobre su primera película, quizás tengan una justificación por la falta de madurez narrativa. También se prestan al descubrimiento de talento oculto o de una constancia que necesita tiempo para pulirse. Pedro Almodóvar no es novato en la dirección, su nombre pesa demasiado como para meterse con él sin salir escaldado pero, como todo ser humano, no esconde la virtud del error. Otra cosa es que una rotura de cañerías inesperada se quiera convertir en río de oro líquido, y que del error salgan dotes convertidas en alabanzas de retórica académica, porque si algo no se le puede atribuir a su creación más reciente es innovación. Acaso exista algo de talento en el concepto que revolotea sobre
Extraña forma de vida. Su fondo no descubre nada nuevo excepto un espíritu almodovariano que ha decidido centrarse en la mesura escénica de una homosexualidad sin la cercanía de
Brokeback Mountain. El calzadeño se explaya en su temática favorita sin sorprender cuando experimenta ¿con la intención de preparar un largometraje sobre el
lejano Oeste? Se mete en la piscina de las relaciones masculinas sin que el erotismo acostumbrado sea el
hilo de Ariadna para encontrar la cabeza del minotauro: su soledad. Juega con códigos conocidos, la voz oscurecida de
Ethan Hawke y el contacto acercándose a caballo hacia la piel del amante que habitó en su momento de juventud loca. Quiere hacer una referencia a una filmografía donde la ley del deseo corría por un tegumento que no estaba dispuesto a envejecer, donde la necesitad de entregarse al susurro
¡átame! se insinúa con aires de galantería que ha perdido los calzoncillos tras una noche en negro. Tantea en los terrenos donde los tacones lejanos con voz de espuelas cansadas reclaman su protagonismo a través de la prosa dulzona. El encuentro entre Silva y el
sheriff Jake es un intento de recuperar vivencias mientras el sujeto que espera respira una mentira en su traje de máximo responsable ante la ley como macho de cara a la galería y homosexual en su intimidad. La historia de dos frustraciones va desde la aceptación cívica hasta el ansia por aprovechar el retiro lejos de miradas indiscretas, junto a un rancho con caballos, sopas calientes y la compañía del calor sentimental de dos hombres que se separaron hace mucho.