La unidad del trío que forman Khédidja, Jessica y Farah se pasea por los paisajes corsos sin entidad de postal viajera mientras el fantasma del padre difunto la sobrevuela. La primera, presentada como estudiante modélica, choca con el carácter más bravío de su hermana. El deseo de romper con el presente en busca de sus raíces, a pesar de las consecuencias externas, marca una indomabilidad que no se cansa de escarbar en arenas nuevas. La personalidad de cada una se deja seducir por el ambiente veraniego escogiendo lo más atractivo del lugar nuevo. El carácter de Gaia, la hija independiente de los jefes, se interpone en la diferenciación de condición social que marca su relación con Farah: elemento que las separa y las une. El contacto cosanguíneo que despliega este viaje a la isla mediterránea es un hervidero de secretos y mentiras que salen a la luz para cambiar los vínculos familiares sin vuelta atrás. Los lazos maternofiliales se afianzan mientras los claroscuros acrecientan su acecho. La mínima presencia del recuerdo paterno, y la escasa indagación sobre él, levantan incógnitas sobre una personalidad de la que los recuerdos vagos alimentan su sombra.

Regreso a Córcega es una búsqueda que se deja refrescar por el sabor a helado, brisa y fiesta con olor a mar. El contenido, una historia familiar ocultada, no resulta tan excitante como la manera de abordarlo. El universo púber se acerca más al planteamiento documental que a la narrativa novelada aunque posea rasgos autobiográficos de la directora francesa. La naturalidad interpretativa y el manejo de la cámara proporcionan escenas donde nada parece impostado, todo se deja llevar por olas y acantilados perseverantes, el agobio que lo escondido produce y ese sofoco que impide mantenerlo más tiempo bajo tierra. Esa linealidad descriptiva, entre bikini y toalla, no alcanza la emotivo en un largometraje con aristas, llena de imperfecciones que se acoplan a la vida con naturalidad.
La cumbre de la delicadeza se paladea en las escenas de amor entre dos deseos juveniles. Corsini las integra en el el relato con peso orgánico, con inocencia lozana de dos cuerpos y espacios mentales explorando una atracción lésbica. Su despertar tropieza con las tensiones domésticas que convierten la convivencia en un volcán de estallido incontrolado mientras vomita lágrimas y rabia. A pesar de esta calentura afectiva, Regreso a Córcega tiene mucho peso de culebrón veraniego donde la madre viuda y sus dos hijas no pueden ocultar un componente racial fuerte que corre el peligro de convertirse en estereotipo manido. Lo nuevo de Catherine Corsini no es atractivo para el disfrute placentero sino que la incomodidad de sus caminos irrita la empatía. El clasismo económico se lanza a una rebeldía acomodada de niña bien mientras Farah siente el magnetismo de Gaia, asentada en el poder del dinero paternal. Catherine Corsini desvela la inconfortabilidad de un emplazamiento femenino que no se sintió identificado con su nexo matrimonial.