Nada delata lo que viene a continuación hasta que un uniforme nazi surge en pantalla con pulcritud. Lo hace de manera silenciosa, sin llamar la atención pero dejando patente la prepotencia que las SS manifestaron durante el Holocausto. Su sombra imponía terror. El túnel con que
La zona de interés se presenta alcanza una luz sórdida. Particular. Las neuronas comienzan a jugar con el escenario idílico que se presenta este patio de la calma siniestra. La familia alemana que lo disfruta ya no resulta tan cercana situada en su contexto histórico y humano. El jardín que la aloja deja de parecerse a un edén ecológico con sonidos de
kindergarten. El río cercano puede llevar muertos en el fondo, y los personas que transitan divide la imagen en sirvientes con el brazo tatuado por una
estrella judía y amos, preocupados por la belleza aristocrática de su huerto. Mientras tanto, el aire comienza a llenarse de nubarrones sonoros que delatan una presencia ejecutora. La escenificación de Auschwitz es terrorífica y campestre. El relato de la atrocidad sin invocar al maltrato se adueña de la situación gracias a la meticulosidad de un director que sabe mirar y mide cada palmo del encuadre, donde importa lo que no se ve pero se intuye.
La zona de interés basa su tonelaje dramático en las sombras que conforman el paisaje vedado a los ojos del espectador. Una valla de hormigón hace del
campo de exterminio un elemento arquitectónico con significado familiar. No justifica su motivación defensiva con cuerpos incrustados en las alambradas. Los inquilinos respaldan un
modus vivendi sostenido por el régimen nazi. Son marionetas de un sistema que los protege a costa de defender su ideología. La actitud de Rudolf Höss, comandante en Auschwitz y padre, no cuestiona la moralidad de sus acciones porque no está para eso.