El hecho de contar en el equipo a alguien que trabajó para la
Agencia de Inteligencia de la Defensa estadounidense durante varias misiones en
Afganistán podría ser un aliciente para este rodaje en la provincia de
Kandahar. El guionista Mitchell LaFortune pone su corazoncito al reproducir parte de su época sirviendo en Oriente Medio. Es un juego de guerra en el que la realidad se convierte en ficción sin perder el rasgo de verosimilitud que intenta imponer. El impacto destructor del combate siempre es creíble a no ser que se trate de un combate entre zombis, donde las víctimas, una vez abatidas, se levantan tranquilamente. La manera de contarlo es otra cosa. Los muertos que van reproduciéndose como moscas en
Operación Kandahar no vuelven a luchar, aumentan el desastre humano de una batalla que la política limpia ha dado la espalda y el integrismo ha vuelto a recrudecer. La amplitud del territorio afgano sostiene varios enfrentamientos al mismo tiempo, los señores de la guerra combaten entre
talibanes, fuerzas afganas y la ineludible presencia norteamericana, a través de pantallas de cine, en un escenario ampliado desde la mirada certera de los
drones. El corazón que lucha contra las huestes del mal late entre el drama de un pueblo y la odisea de un agente de la
CIA realizando operaciones encubiertas.
Gerard Butler es la parte oscura de este conflicto, el sicario fantasma de la paz occidental que ejecuta órdenes y se presenta acosado en un volver a casa sin horarios de oficina. Las heroicidades desplegadas en
El piloto estaban menos absorbidas por el macho luchador. El actor británico, cuyo patriotismo se agarra a la gesta explosiva, es el Rambo que combate sin la rudeza de
Sylvester Stallone. Tom Harris encarna también a un
Salman Rushdie nuevo que pone nervioso al
Califato ante los espías norteamericanos. Su huida es necesaria para que un argumento plano pueda seguir reptando por el desierto, no obedece a ningún estímulo emocional excepto el que curvas geográficas y estratégicas puedan originar. La desvinculación de su cercanía a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana le lanza a una carrera perseguida por la
Guardia Revolucionaria Islámica. Este plan de escape no tendría sentido sin la ayuda de un ciudadano afgano cuya cercanía responde a la progresión del acoso iraní. Mohammad 'Mo' Doub ha vivido los cambios políticos, religiosos y militares experimentados en la región conflictiva. Es el compañero que humaniza la persecución dentro de una contienda librada en los despachos. El elenco no puede prescindir del asesino letal: Kahil Nasir conduce contrarreloj a lomos de una motocicleta con intención de eliminar a Tom. Sus disparos equilibristas sobre este caballo mecánico ponen en ridículo a John Wayne ante las siete vidas de Tom Harris, a quien las balas no le afectan en un duelo final absurdo.