El moje de un bizcocho revenido en gaseosa es la imagen poética de Félix (Santiago Segura) mirando a Óscar (Leo Harlem) en un contexto familiar desestructurado. Desde el otro lado del espejo, se observa cómo la fuerza de un demonio volcánico vomita lava pringosa en la cara estreñida de un padre-director que desborda inseguridad. Sin ganas de suscribir un pacto con
Vox, la descripción previa sintetiza el espíritu de los dos personajes principales en una comedia con ganas de hacer reír cuando produce vergüenza nacional. Para que los muchachos de Abascal no se den por aludidos basta decir que
Vacaciones de verano es un esperpento de barrio. Sin desviarse del contexto cinematográfico, este pequeño resumen de lo que significa el último feto de la casa Segura-Bowfinger solamente quiere advertir de que el género veraniego de
comedia Segura no es seguro que divierta. Hace tiempo que el cineasta carabanchelero descubrió en la comedia familiar un filón del que tirar. Filón con éxito de taquilla pero discreto en la calidad que pretende divertir sin cautivar, hacer de lo cercano un elemento de proximidad. La ficción intenta adquirir una denominación de origen saltándose baremos de estilo. Mientras funcione en recaudación, y lo hará, todo vale. La metodología del director admira fielmente a
Maquiavelo ya que su finalidad, hacer caja, justifica el medio utilizado para ello:
Vacaciones de verano. Si en la anterior entrega de esta serie hogareña
la acción se montaba en tren, ahora se aloja al lado del mar y en hotel de cinco estrellas. Los hijos son la carga veraniega del divorcio que toca esconder.