Alba y Martín no son Thelma y Louise emprendiendo un viaje a ninguna parte donde la aventura llama a la puerta. Si en la aventura dirigida por
Ridley Scott se imagina que algo revoltoso va a suceder, nada de eso ocurre con el estreno de Juan Francisco Viruega en la dirección y el encuentro entre una pareja que recorre las arenas del
desierto de Tabernas y el paisaje volcánico del
Cabo de Gata. A pesar del marco polvoriento inicial con sabor a wéstern, Aurora y Martín no forman parte de un guion perteneciente a
Sergio Leone. Mucho menos decoran una travesía donde el vacío personal podría mover sus pasos. Se alejan de la realidad en un mundo onírico incentivado por una parada inesperada ante un puesto de baratijas fantasmagóricas. La observación de deshechos compuestos con restos de dolor, nostalgia y también amor humanos percibe el reflejo de un tiempo agotado. De golpe y porrazo, el cariño se convierte en sinceridad deseosa de armonía solitaria. Todo sucede de una manera tan sosa, pánfila, aburrida y lenta que sólo conocer el final de este viaje pedregoso mantiene adosado el culo a la butaca por una atención dormilona.