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MALDAD ANTES QUE TERROR
Película Hermana muerte


J. G.
(Madrid, España)

Hermana muerte
Ficha Técnica Video    
Unas imágenes iniciales en blanco y negro auguran un contenido interesante a cerca de las creencias maltratadas por una iconografía santurrona. El recuerdo a una España marcada por la pobreza que tan bien capturó Buñuel, y el mazo del nacionalcatolicismo franquista, se dejan ver en un ruralismo social y psicológico. Esta concepción antropológica de la devoción, marcada por la hipnosis colectiva, dura poco en una película con más envoltorio que contenido. El recuerdo de aquellas niñas que vieron a la Virgen en Garabandal entrando en trance o las apariciones de Fátima, y el folclore montado alrededor, repasa una parte sombría del alma colectiva profunda.
Su poso se desvanece con la estela de una posguerra anclada en murallas conventuales. Años después de una infancia con olor a santidad pueblerina, la hermana Narcisa quiere olvidar el rastro de la religiosidad fanática para consagrarse al adiestramiento de futuras madres y esposas. El convento transformado en escuela femenina, acariciada por el misterio con visos realistas, será el hogar de esta misión. Narcisa se adentra en la boca del lobo vestido con hábito virginal. El secreto que se alberga en esta paz mentirosa, lejos de traer luz a una oscuridad forzada, se desvanece en una continuidad más aburrida que aterradora.
 
La hermana Socorro (Maru Valdivielso) increpando a la hermana Narcisa (Aria Bedmar)  
El susto de la hermana Narcisa

La producción cuidada que refuerza un vestuario minimalista y la personalidad arquitectónica del decorado natural privilegiado como es el Real Monasterio Sant Jeroni de Cotalba, situado a ocho kilómetros de Gandía, mete el dedo en el trasfondo religioso, ligado a la vocación paranormal de las apariciones. La mezcla de pasado y presente crea atmósferas opresivas por la pequeñez de la celda-dormitorio, la frialdad de las aulas y un confesonario que rompe su privacidad espiritual. El paso de la duda existencial al miedo es favorecido por la intervención de sillas que se caen solas en gestos de rebeldía mística. Las paredes se convierten en pizarras para un juego del ahorcado que espera la candidez de una mano femenina para completar el dibujo. Así se van sumando situaciones obligadas que hacen de las estancias un pasaje del pánico sin cimientos. Los espectros no temen a Dios ni atemorizan a los mortales. El colorido tétrico contrasta con la pulcritud de monjas que esconden un secreto sucio en su pasado. La Guerra Civil Española como telón de fondo transitorio busca la solidez histórica de un verismo pasajero en este largometraje imperfecto. Dicho inserto justifica los acontecimiento posteriores sin aprovechar el trauma de los abusos cometidos contra siervas de Dios. El amparo solidario se sustituye por la aberración del silencio monjil utilizado como arma de autoprotección institucional cristiana. El contexto no es estremecedor a pesar de que el infanticidio forme parte de algo monstruoso pactado en silencio para sobrevivir.
Hermana muerte puede considerarse como una ficción mal conducida y poco estudiada en el lucimiento actoral. Si algo sorprende de este edificio macabro es una iluminación que potencia la gravedad de lo ocurrido aunque no llame al chillido ni al agarrón asustado al compañero de butaca. El hecho de que prevalezca el protagonismo femenino no la hace diferente ni solidifica una trama en la que el hombre poco tiene que ver. El susto es una intención dirigida por los ruidos sin rostro, no viene de la interpretación.
La niña Narcisa, embajadora de visiones sacras, ha crecido para vivir en la duda de la fe sin que esa turbación niegue el pasado. Hermana muerte, portadora de elementos desasosegantes, no es una película de terror sino que desaprovecha el potencial de la angustia humana en favor del seudosuspense alimentado por acontecimientos fantasmales: para bostezar sin miedo.

J. G.


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