Unas imágenes iniciales en blanco y negro auguran un contenido interesante a cerca de las creencias maltratadas por una iconografía santurrona. El recuerdo a una España marcada por la pobreza que tan bien capturó
Buñuel, y el mazo del nacionalcatolicismo franquista, se dejan ver en un ruralismo social y psicológico. Esta concepción antropológica de la devoción, marcada por la hipnosis colectiva, dura poco en una película con más envoltorio que contenido. El recuerdo de aquellas niñas que vieron a la
Virgen en Garabandal entrando en trance o las
apariciones de Fátima, y el folclore montado alrededor, repasa una parte sombría del alma colectiva profunda.
Su poso se desvanece con la estela de una posguerra anclada en murallas conventuales. Años después de una infancia con olor a santidad pueblerina, la hermana Narcisa quiere olvidar el rastro de la religiosidad fanática para consagrarse al adiestramiento de futuras madres y esposas. El convento transformado en escuela femenina, acariciada por el misterio con visos realistas, será el hogar de esta misión. Narcisa se adentra en la boca del lobo vestido con hábito virginal. El secreto que se alberga en esta paz mentirosa, lejos de traer luz a una oscuridad forzada, se desvanece en una continuidad más aburrida que aterradora.