Las ideas que parten de una adaptación literaria no tienen que ser iguales o superiores a la original. La definición del soporte no las hace ni mejor ni peor, expande la accesibilidad de la obra permitiendo lecturas diversificadas. Aunque es distinto novelar la imaginación con la pluma que con la cámara, la inspiración del escritor seguirá vigente. Las cosas cambian mucho cuando un contexto de tebeo ve cómo el impacto de su narrativa desparece. El pilotaje de Álex Montoya traslada a lo convencional las viñetas de
Paco Roca, eliminando gran parte del atractivo. La reflexión permanece junto a los escenarios donde una casa preside decorados como anfitriona del acercamiento familiar. Sus cimientos se agarran a lo local sin soltar la vinculación con una infancia olvidada y la pervivencia de la memoria. Sus antiguos moradores la despiertan a través de la evocación y el enfrentamiento a pesar de la erosión provocada por los años. Desde el principio, este experimento seudocreativo se envuelve en un aura melancólica flácida, apagada. Puede que los sucesos de esta vivienda sean patrimonio de todos pero sus residentes antiguos expulsan a la universalidad con una ocupación lineal del lugar y el momento. Acaso la aparición de
Miguel Rellán como la voz de la experiencia, y fósil del pasado viviente, salva una madurez inexistente. Aunque físicamente no la ocupe, forma parte de su corazón.