Las revitalizaciones de personajes muertos son peligrosas porque no ofrecen el lado que el artista tuvo de sí mismo. Ajustarse a la realidad del pasado corre el riesgo interpretativo. El deseo de la directora Sam Taylor-Johnson de
‹‹querer hacer una película desde la perspectiva de Amy, desde su mirada›› es imposible. Al igual que otras cintas biográficas,
Back to Black, es una gran cámara subjetiva dirigida por las intenciones de una dirección que no explicita los aspectos menos limpios de Amy Winehouse. La inocencia de la candidata al triunfo está por encima del drama en su camino. La intención por alcanzarlo no ocupa su juventud, más interesada en trabajar su talento o afición, desde dentro. La chica de
Camden Town, siguiendo la trayectoria del fatalismo que mantiene activo el
Club de los 27, vivió rápido y murió joven. Ha entrado a formar parte de las estrellas coincidentes en el final de sus aspiraciones, ¿ esperanzas? y torturas. Otro mito que se encasilla en la coincidencia morbosa.
Amy adolescente nada tiene que ver con la mujer devorada por una vida atormentada y las drogas. Su existencia fue como la de otra chica soñadora sin imponerse metas rápidas, la muchacha que disfrutaba jugando al billar en en el
pub The Good Mixer, alguien que no quería ser una
Spice Girls. La intimidad de su dormitorio fabrica momentos sinceros en una vida con muchas curvas emocionales, es donde entrega el alma a la música, donde encontramos a la fuente creativa. Las letras que se acoplaban a su guitarra eran reflexiones en voz alta de una vida debatida entre la esperanza y el desasosiego, la soledad y las malas compañías. La seducción, dirigida por un atractivo salvaje, se disfruta gracias al flechazo musicado por el trío
The Shangri-Las. Su canción
The Leader of the Pack suena con nostalgia de
gramola. Este enamoramiento es el principio del fin, la caída en una espiral de romance perjudicial donde los narcóticos fueron extendiendo su protagonismo.