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LA FRANQUICIA COLORISTA VUELVE
Película GRU 4: Mi villano favorito


J. G.
(Madrid, España)

GRU 4: Mi villano favorito
Ficha Técnica Video    
Las caras son conocidas, los ademanes también, el argumento sigue la senda aventurera de las películas anteriores. Poco resulta novedoso en el nuevo trabajo de la franquicia Gru: quizás sea porque no lo necesita. ¿Quién quiere descubrir caras renovadas o artimañas saltimbanquis sin el matiz aventurero de la una familia anexionada al humor veraniego que muchos están esperando. Gru y su clan doméstico forman parte del ocio veraniego en los cines españoles. Entre la versión anterior y la cuarta han pasado siete años: los necesarios para dar forma a una historia que poco tiene de argumento cambiante. Es esta continuidad en los momentos y gestos previsibles lo que atrae y ayuda a desconectar de lo cotidiano. Pero otra entrega no implica asentarse en la rutina de lo repetitivo aunque el caramelo no haya cambiado de sabor. La llegada de otro miembro aporta gotas de dulzura particular donde la maldad infantil hace buenas migas con la ternura del niño que todavía se mueve entre pañales. Gru junior trae a la mente las figuras de Jack, en Los increíbles, o el semblante de El bebé jefazo. Dicen que, de pequeños, los niños se parecen al padre o a la madre. Aquí, esa premisa no se cumple. El crío espabilado colorea un entorno que, por naturaleza, está envuelto en aventuras que terminan bien. Su destino: salvar al mundo y entretener al aforo que lo está mirando. Las relaciones paternofiliales gravitan en la angustia adulta de ser llamado papá y un empeño del hijo por no someterse a los deseos del progenitor. Si unimos la compañía inseparable de los minions convertidos en mega-minions, los amantes de la novedad pondrán cara de pocos amigos. Estos últimos son un guiño a los superhéroes con megapoderes convertidos en experimento animado. Su presencia onomatopéyica lo invade todo.
 
Gru con su familia al completo: su media naranja Lucy, Margo, Edith, Agnes y Gru junios junto a Silas Ramsbottom  
Los mega-minions

El destino nuevo de los Gru encaja en su contrariedad: una barrio pijo donde la apariencia manda. Los recién llegados, con el padre a la cabeza, se apartan del estereotipo lugareño. Un grandullón que no puede pasar de incógnito a pesar de vestir una imagen deportiva, igual de morcillona y menos oscura que la habitual. El cambio de domicilio, precedido por aires James Bond, quiere mantener despierta la atracción del misterio. La animación rompe cualquier seriedad para convertir la vida nueva en un cúmulo de desventuras inesperadas. El barrio residencial cuenta con sorpresas vecinales incapaces de ocultar sus ganas de ingresar en el clan de la villanía. Poppy sabe más de lo que parece y jugará al chantaje sobre el grandullón para ser una más del grupo. El riesgo amilana sus aspavientos clasistas. Las aventuras no faltan y las ganas de vivirlas domestican el aire de superioridad que se gastaba al principio. El guion no es lo importante ni evaluar su peso cinematográfico. La fluidez de un ritmo que no decae gracias a diálogos descafeinados, con grafía de dibujo animado, no pierde comba. Las risas alimentan subtramas que no interesa analizar. Gru: Mi villano favorito se deja llevar, ayudado por los enanitos amarillos. Las referencias a la cultura del cine son diversas. Una fuerza invisible sostiene todo el metraje con referencias a Teminator. Incluso Los hombres de negro se dan cita en este encuentro nostálgico que también invita a titanes como Spider-Man, Cíclope o La Cosa.

Gru, Poppy y los minions en acción  
Maxime Le Mal y su malévola novia Valentina

Si se opta por la versión doblada, las voces son lo que menos interés aportan; es más, destruyen en vez de crear. Su tonalidad conocida desmerece un largometraje fresco para todas las edades. La voz de Florentino Fernández es más patética y robótica que siniestra, poco creíble en la corpulencia de Gru, machacona y nada divertida. Junto a Chiquito de la Calzada forman la pareja menos agraciada del humor patrio. Además de imagen, esta entrega también se alimenta de la música. Pharrell Williams vuelve a ser el protagonista con el tema titulado Double Life. Sus canciones Despicable Me, Happy o Just A Cloud Away se han convertido en símbolo de la marca Gru, mi villano favorito. Más insinuaciones a los años 80 del siglo pasado quieren marcar su espacio con Karma Chameleon, original de Culture Club, y la versión de Tears for Fears Everybody Wants to Rule the World cantada a su modo. Este sonido cierra el círculo de un producto sin fecha de caducidad.

J. G.


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