Antes de nada, debe quedar bien clara la línea que separa el terror del suspense y
Longlegs es un buen ejemplo para entender que lo segundo está por delante de lo primero en sus tripas. Después de ver el largometraje de Oz Perkins, la función terrorífica está sobredimensionada. Su interés a la hora de generar inquietud (o miedo) radica en lo que se esconde detrás de palabras y acciones. Lo macabro está en la ocultación de lo explícito para dejar que los pensamientos jueguen con licencias aberrantes sobre lo sucedido y tomar forma con tranquilidad. Los asesinatos en serie adquieren una pose intelectual gracias a Lee Harker, la investigadora nueva que ingresa en el
FBI para ayudar a esclarecerlos. Sus cualidades adivinatorias hacen del talento una intuición inexplicable capaz de adelantarse a otros, abriendo nuevas líneas de trabajo sobre lo sucedido. Esa actitud clarividente eleva la temperatura de credibilidad peliculera que atiende a fuerzas poco o nada elucubradoras. Es una faro con más espíritu sensorial que policial en su trayectoria detectivesca. La percepción del malvado frente al resto de sospechas policiacas muestra una personalidad que trabaja sin prisa. Su habilidad extrasensorial observa para recomponer el armazón de un asesino con espíritu artesanal. Su hallazgo no es lo más importante sino la manera en que una mujer solitaria avanza entre la oscuridad de una escenografía agobiante.