Sin viento, sin hojas meciéndose sobre los árboles, correteando por el suelo, golpeadas por Eolo contra la soledad pétrea. Los caminos que se juntan también enlazan sus destinos y componen una sola ruta en la atmósfera vital de la existencia; sin color que induzca a sensaciones ni identifique formas definitorias. Sin tacto, sin olor, sin calor de acogida ni proporcionado por el recuerdo. Sin símbolos que ensucien la conciencia ni voces que perturben el sueño; sin algarabía jubilosa, sin resignación triste.
Sin celebraciones, sin canciones; sin agradecimientos ni rencores; sin abismos, sin horizontes. Sin imágenes que nos condicionen, sin siglas que reduzcan el lenguaje ni subordinen nuestras costumbres. Sin sermones, sin promesas soterradas por el tiempo, sin engaños, sin canciones de rima estudiada. Sin elección, sin encuentro, sin acogida, sin palabras, sin deseos; sin enfermedades, sin esperanza; sin ídolos, sin tecnología, sin universos virtuales. Sin buenos ni malos, sin estafadores, sin dinero ni pertenencias; sin ideologías contaminadas por los extremismos.
Sin cultos, ni obligaciones ni devociones; sin el más allá; sin los unos ni los otros; sin fetiches ni modelos; sin pertenencias. Sin pasos dubitativos, sin direcciones, sin miradas, sin fingimientos, sin palabras sin sentido, sin cuchicheos ni cotilleos.
Sólo el silencio de una voz flotando entre el sonido, sin reloj ni tiempo. El momento escribe nuestra mejor canción, cara a cara con su secreto: un susurro.