Javier Andréu y Tony Marmota dieron un nuevo giro al rock español mediados los años ochenta. Su primer LP, homónimo para no trastocar la tradición, sí que rompió esquemas a la hora de entender la música de barra, diligencia y carretera. Canciones como ”La ley de la horca", "Pobre tahur" o "Cuatro Rosas Estación" les han convertido en referente del rock español que ha sabido apostar por la melodía fresca. Los protagonistas suelen ser perdedores y perdedora. Desde su primer trabajo hasta hoy han ido mimando el terreno por donde pisaban con ilusión y ganas de batirse en duelo con una música ambientada en la espuela. Veintisiete años después del primer trabajo, dejan claro que sus pistolas no se han oxidado. El guante está lanzado.
La música far-west comienza a inundar el escenario vacío de El Sol. Despacio, a ritmo de duelo, su silbido va adueñándose del forastero y el habitual. Por qué no imaginarse a Clint Eastwood junto a Ennio Morricone, unidos por el whisky, mientras charlan sobre el color y sonido de una próxima película. Nada cambia en el Lejano Oeste, La Frontera sigue impoluta a pesar de los años. A pesar de algunos parones y discos en solitario, como el “Libro de Cuentos”, de Javier Andréu, continúan en el camino. El sol oscuro, la armas calientes, la impaciencia se hace comestible; electricidad. Inconfundibles, Javier y Tony salen entre la oscuridad del camerino; suena “Mi dulce tentación” abriendo la puerta de un saloon sin pianista ni nombres anglosajones. La descarga de rock estilo western comienza. Vienen con las pilas cargadas trayendo bajo el brazo la reedición de su último disco en estudio, "Rivas Creek". Este trabajo se presenta interesante al incluir colaboraciones de amigos como Andrés Calamaro o Coque Malla.
“Mi dulce tentación” abrió una ráfaga de disparos al aire festejando su vuelta a los escenarios. Queda claro que no han muerto y no quieren formar parte de la leyenda; se han propuesto estar en activo por mucho tiempo; quieren perseguir a los Hermanos Dalton hasta donde haga falta con la ley de su música como arma.
Los títulos, y melodías de sus canciones, sonaron igual que una historia continuada. En fila india fueron mostrando sus cartas “Viento Salvaje”, “Balas Perdidas”, “Calaveras” y “El Límite”; “Pobre Tahur” antecedió a “Judas”, ¿un juego de intenciones? El aire blues de “La traición” revivió ese ambiente vaquero que tanto gusta y saben cultivar.
Fue un duelo de guitaras vaqueras y roqueras, a caballo entre el sherifff y el cuatrero; la ley y el límite; las praderas y las montañas, la leyenda del Oeste y el sabor a licor encendido: el whisky y la soledad cabalgando juntas. Son la Frontera.