Posiblemente Él hubiera querido que fuese así. En el mundo del flamenco, cuando hablamos de él con mayúsculas nos referimos al granaíno que nunca sobresalió por interés; al maestro, al grande entre los grandes, al padre del cante hondo puro: a Enrique Morente. Su muerte, el 13 de diciembre de 2010, exigía el agradecimiento que se merece una vida dedicada por completo a los sonidos enfrascados en sentimiento de raíz andaluza.
Los Evangelistas discurren por esos derroteros. Cuatro miembros de Los Planetas y de Lagartija Nick unen sus talentos e intención desinteresada en un disco homenaje a la canción del artista albaicinero. Los Evangelistas se lanzan a esta aventura buceando en la música y personalidad del genio andaluz.
Su presentación madrileña, como exigía el protocolo, no quiso convertirse en un evento de masas sino que fuese una recogida reunión de amigos, familiares y amantes del flamenco. Sin intención de convertirse en una liturgia religiosa, esta sensación no traspasó lo visual. El salón de actos del C.M. San Juan Evangelista despedía el olor de una capilla pagana, improvisada; tampoco había aroma de concierto. ¿Atrajo más el motivo de la reunión o lo que se iba a ofrecer? Incógnita.
Los Evangelistas, músicos definidos en la escena indie española, ofrecen flamenco fusión arropado por acústica eléctrica. Las canciones fueron sonando frías y monótonas. El directo del álbum “Homenaje a Enrique Morente” se dejó escuchar entre guitarras y voces de versos pausados, con poco aire que despertara el sentimiento flamenco o que llamase al interés por esta música. Estuvo correcto. El grupo forma parte de un proyecto nacido a la luz de un sol, Enrique Morente. El Johnny, cuna del jazz madrileño, cambió su cara por capilla de oratoria expectante; olor a incienso y cirios quemándose sobre un escenario de luz apagada e instrumentos aún sin dueño. Fue más ermita que catedral, soplo de ínfimo magnetismo. El Johnny queda registrado como uno de los lugares favoritos para Enrique Morente; la entrada al Auditorio, decorado con fotografías suyas, se vistió de sacristía popular con olor gitano. Las butacas abandonaron su soledad en un ambiente marcado por las caras amigas y la ceremonia del acto.
El entendido habrá apreciado la gratitud mejor que este escribidor. Gracias a una ignorancia reconocida en la materia, entregué mi sensibilidad al escenario. Los Evangelistas apenas acompañaron al homenajeado. El duende no apareció, la acústica electrónica eclipsó su voz, no hubo caja de los truenos por destapar; sólo la voz de Carmen Linares insufló de calor y color flamencos una noche que supo torear el llanto de la muerte. La joven Soleá Morente se escondió tras el micrófono al cantar “Yo Poeta Decadente ” y “La Estrella”. Sonidos sin enfado ni alegría. El flamenco es un quejío, hoy no despertó esa voz. La luz del Albaicín observaba desde el recuerdo.