La réplica de los cazadores de fantasmas, que en su día tuvo éxito, defrauda. La saga parida por la familia Reitam, con padre e hijo involucrados en su crecimiento, se ancla en una nostalgia que no devuelve a Nueva York la autoridad que tuvo en entregas anteriores. La vuelta a la actualidad del fenómeno cazafantasmas se entiende desde la rentabilidad comercial: el alma que mueve a Hollywood. El regreso neoyorquino se merecía más consideración ofreciendo personajes menos dependientes de hazañas que los encasillan en justicieros con aspecto espacial, poseedores de tanto entusiasmo como armas fantasiosas que ya quisiera Putin para su arsenal.
Cazafantasmas: Imperio helado es un fraude puesto al servicio del recuerdo. Unos bichos considerados de la familia son menos estrambóticos que humanos sometidos a un guion barato, desnutrido de creatividad.
Los protagonistas de un mundo invadido por monstruos de plastilina se pierden entre cachivaches de nombre fantasioso, funcionales para el momento. Son la artillería de estos pistoleros que basculan entre lo galáctico y lo terrenal; el corpus de un universo marcado por la maña de quien disfruta cazando mocos voladores o blandibús con textura de
Goomer. La nueva entrega de Gil Kenan, director de la
secuela anterior, no aporta novedad. Las caras desconocidas buscan potenciar un aire de modernidad apoyado en el recuerdo. En un ejercicio de arqueología metropolitana, cuando los coches de bomberos eran dirigidos por caballos, se descubre que esta Edad de hielo no es nueva. Su desaparición y aparición, como una
dana caprichosa, engorda una superficialidad ganada a pulso. La referencia temporal pretende enganchar el interés generacional sobre los Spengler. Los caracteres desdibujados protagonizan relaciones donde la atracción por la caza al intruso supera a la compartición de los problemas familiares. En este sentido,
Cazafantasmas: Imperio helado es débil y descuidada. Su argumento se basa en retales de antaño que no se adaptan a los tiempos modernos, sin que esto sirva de emulación barata al humor chaplinesco.