La frialdad, sólo disipada por Vasil, de este drama con golpes de comedia hacen dudar de su eficacia. Aunque la presencia de Antonio, en la piel de
Karra Elejalde, se adorne de amabilidad, el actor vasco despliega un aire de cascarrabias que no hace de su actitud un ejemplo solidario. Tampoco profundiza en la cercanía de una relación. La ayuda desinteresada parece un pretexto para evadir la soledad que él ama. Es alguien de compañía dificultosa, alguien con quien compartir momentos se hace difícil. Es maniático y radical en su interpretación del tiempo. Habría que preguntarle qué entiende por puntualidad (ni antes ni después de la hora convenida). Vasil es un extraño en casa de otro extraño como familiar adoptado. ¿De qué forma llegó hasta ahí? ¿Cuándo piensa abandonar el nido? Son interrogantes que flotan en un ambiente donde la mala leche de uno y la tranquilidad de otro tienen que amoldarse a la cohabitación. El papel de jubilado gruñón sobrevive gracias a una pensión presumiblemente boyante, Vasil irrumpe en la monotonía de Alfredo con mirada y palabras suaves. Es un ciclón que cambia lo que toca sin proponérselo. Se enfrenta con humor a los disfraces sociales que tanto gusta exhibir la sociedad que le adora. Se acomoda en un mundo extranjero sin enfado, con sabiduría instruida, sin perder los papeles ante los inconvenientes que debe sortear. La pasión de ambos por el ajedrez domestica al hombre irritable que no sabe mostrar sus sentimientos. Entre uno y otro, Luisa tiene que lidiar con un padre poco empático a quien debe educar en la soledad de ambos. La puerta a una incomunicación inicial despierta un huracán de incomodidad bajo el mismo techo. La buena acogida de su presencia en un club distinguido no podría haber sucedido sin el aval de Maureen, irlandesa combativa y defensora de la justicia social. Vasil, no sólo atractivo como jugador de
bridge y
ajedrez, es el bueno de la película a quien todas las jugadoras de cartas se lo rifan mientras tenga utilidad. Las intenciones de Carmen, la viuda elegante, son aprovechadas sin que parezcan egoístas. Su polivalencia pasa por la cocina, donde las conversaciones entre la preferencia de la
musaca griega o
búlgara tienen protagonismo. La pérdida de trabajo y techo le convierte en enemigo social. La adoración se transforma en criminalización mientras el prejuicio social con tufo burgués queda al descubierto.