Que el
escritor Juan José Millás sea el alma creadora del libro que ha inspirado a la película más reciente de
Félix Viscarret aporta curiosidad al contenido. El dolor de estómago intensifica su presencia mientras este aborto cinematográfico avanza. No se sabe si el realizador navarro pretende seguir los pasos del surrealismo provocado por Millás o emular las locuras de
Jacques Tati en la figura de Damián escapando de la realidad. La continuidad soporífera se impone a la intriga. Estas palabras intentan escribir el inicio asustadizo de esta sinfonía disparatada que deriva en desaguisados sicológicos. Escabullirse de la adversidad es lo más fácil pero si, además, la espantada es una imitación barata del cine mudo, empezamos mal. Es lógico que Damián huya presa del pánico desatado por una situación desalentadora como la perdida del trabajo. Algo que, sin juzgar la calidad literaria del escrito inspirador, actor y director pretenden inyectar en la piel del hombre serio y desubicado. Responsable. Esta pérdida laboral capitaliza un arranque incendiario. Revoltoso y prometedor.
El bostezo abofetea el rostro espectador mientras las imágenes se suceden enterradas en un armario trasportado por geografías urbanas dispares. El largometraje es una encerrona que el protagonista encubre con monopolio intrigante y emocional donde los
programas de telerrealidad toman protagonismo. Una mezcla de espectáculo televisivo y confesión pública convertida en diván. Damián caricaturiza un destino inusual, y deseado por lo que conlleva de cotilleo. Se vive con ansias de protagonismo cateto mientras su invisibilidad es compartida con el resto de personajes. Él se siente cómodo dentro del ropero, estirando las piernas en soledad, mientras el cansancio pesa al otro lado de la pantalla. Su prestancia fantasmal imita a una señora de la limpieza que atrae los recuerdos de infancia con zonas oscuras. Este inquilino se siente cómodo dentro de una imperceptibilidad maternal capaz de despertar a la presunción de
alzhéimer. Es feliz en su guarida mientras detiene el tiempo y acrecienta una sensación marciana que le persigue con ansias infantiles. La imaginación de las palabras plasmadas en la obra de Millás se convierte en lenguaje visual reiterativo, ágil en su banalidad.