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MALA A CONCIENCIA
Película La viajera (Necesidades de una viajera)
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha técnica |
Vídeo |
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Cuando Hong Sang-soo respondió a una de las preguntas en la rueda de prensa de la Berlinale 2024 sobre el viaje interior que los personajes realizan en su nuevo largometraje, el cineasta surcoreano contestó: Esto puede sonar muy irresponsable, pero no sé lo que hago. A tenor de esta respuesta, hay que darle mérito a su sinceridad sobre el carácter impreso en La viajera (Necesidades de una viajera). Después de aguantar un peñazo tan mayúsculo ni las lágrimas se atreven a salir de los ojos. El cabreo es una vía de desfogue maravillosa para cualquier profano que busque desahogarse antes que romper el mobiliario urbano. El director de En otro país incita a vetar el cine de un director que parece querer cazar moscas con los ojos cerrados. Si los sentidos más primarios se adueñaran de las palabras, este texto estaría lleno de frases admirativas con entonación gruesa. Poco hay que decir acerca de un contexto donde ni protagonista ni historia florecen. Las figuras permanecen estáticas, colgando de una falta improvisadora que les obliga a mantenerse delante de la cámara como dos tontos en apuros ante un diálogo de besugos (aunque por el sexo de las protagonistas debería decirse de lubinas): son la culminación de la simpleza. Iris y la recepcionista que la escucha en una de sus incursiones cosmopolitas son maestras del estatismo estreñido. Las situaciones se originan sin concordancia, justificadas por una divagación artesanal del director. La tercera colaboración entre Sang-soo e Isabel Huppert es una tontería aburrida. Soportar La viajera (Necesidades de una viajera) es acceder a un curso rápido sobre cómo aprender inglés en pocos minutos con frases tipo My taylor is rich. La película está llena de pláticas más interesadas en mostrar habilidades pianísticas, o de fijarse en el color de un rotulador, que en dar sentido a palabras de las que Eugène Ionescu se hubiera horrorizado. Los protagonistas de La Cantante Calva se hubieran negado a pronunciarlas por no alcanzar la categoría de absurdo (estúpido es un adjetivo más apropiado).
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Nadie sabe quién es Iris, nadie sabe de dónde viene aunque habla francés e intenta sacarse unos cuartos con un método particular de enseñar la lengua de Balzac. Es una seguidora del hazlo tú mismo en toda regla, ¿un espíritu libre?, una golondrina atolondrada. Nadie se preocupa de su procedencia excepto una madre interesada en el enamoramiento embrujado de su hijo. La vida, para ella, es un componente orgánico que disfruta sin trabas ni carisma. La dirección va dando palos de ciego sin llegar a ningún destino ni marcarse objetivos, excepto el de consumir el tiempo sobre la tortura de quien soporta su historial. Los coloquios se repiten a través de sombras fugaces. Si se hubieran sustituido por el silencio que permite hablar a la imaginación del espectador, hubiera sido un producto aceptable. Este campo estéril de imaginación y dirección actoral tiene en la bebida alcohólica coreana makgeolli el consuelo de cada día. Esto no significa que hay borrachos haciendo el salto del mono al estilo Bruce-Lee aunque, pensándolo bien (y ahí va el único tono admirativo de este comentario), ¡hubiera sido divertido ver a la Huppert soltarse la melena con naturalidad! |
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