La obra de Eduardo Chillida se resume en una palabra: robustez. La película con la que Arantxa Aguirre quiere homenajear los cien años de su nacimiento se construye endeble. A pesar de que las primeras imágenes incitan a la poesía suscitada por el
Peine del viento y los comentarios en
off tengan voz de niño que, presumiblemente ha sido arrancada del corazón de Chillida, la presencia humana como conductora del audiovisual sobra. Su acercamiento exige respeto y el análisis de una producción que descubra horizontes en su inventiva como orfebre del hierro y el hormigón. Donde muchos vemos un trozo de metal inerte, él encontró la posibilidad de hacer flotar formas pesadas. Donde otros se limitan a copiar los perfiles de la naturaleza, el creador vasco construye en bruto respetando la esencia de la materia prima. Este portador de imaginación ilimitada jamás luchó contra el tiempo para alumbrar una obra. Se dejó llevar por la caricia del momento hasta encontrar la hechura ideal sin importarle su dimensión espaciotemporal, mantuvo el diálogo con el
mar y el viento a través de esculturas que merecen ser mejor recordadas. La luz marina está presente en su obra desde el regreso de París, afirmando el concepto de pertenencia.