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CINE Y ESPECTÁCULOS
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Histórico
 
 
 


PESADILLA Y LIGEREZA
Película La infiltrada


J. G.
(Madrid, España)

La infiltrada
Ficha Técnica Video    
La idea de aunar lo policial con ETA tiene tirón. Si mezclamos ficción y realidad, el atractivo crece. A pesar de que el protagonismo de la banda terrorista vasca ha descendido en la sociedad española, desde que el 20 de octubre de 2011 anunciara el cese definitivo de la violencia, sigue generando diálogos enfrentados, menos belicosos. La realidad acerca de quien decidió mimetizarse como parte del virus para frenar su avance no ofrece dudas. Arantxa Echevarría, como euscalduna resuelta y consciente de la jugada, se introduce en un túnel lleno de sombras que se movieron a través de la clandestinidad y el horror. Su película retrata un momento muy preciso de esta guerra entre policía y terrorismo en el País Vasco.
La infiltrada plantea un tema de debate interesante: la distinción entre agente infiltrado (sin amparo legal) o agente encubierto (amparado por un juez o fiscal). Sin esta sutil y necesaria aclaración no se entiende una trama que envuelve al policía bueno contra el pistolero, a salvadores y verdugos. Quizás somos víctimas de la irracionalidad humana; de la manipulación ideológica cuando las armas se convierten en forma de expresión única, cuando el asesinato se antepone al diálogo. La infiltrada se basa en pinceladas históricas y documentales que, sin crispar el enfrentamiento social, pueden levantar ampollas fosilizadas. La supresión de las cloacas policiales no incomoda. Parece que no existen mientras se hace del violento el escaparate de una marca, ETA, sin entrar en las neuronas del monstruo. La acción se adentra en el corazón abertzale.
 
Elena Tejada convertida en Arantxa Rodríguez (Carolina Yuste) en pleno ambiente 'abertzale'  
El liberado Kepa Etxebarría (Iñigo Gastesi) junto a Arantxa Rodríguez

Las imágenes conceden demasiados respiros para que el espectador sienta agobio o pánico. Los amores previsibles tienen un papel que podría haberse ahorrado. No seduce empatizar con Elena Tejada y Aranzazu Berradre, interpretadas por Carolina Yuste, porque no se dejan querer ni odiar. Son un instrumento del organigrama que hace de la lucha un reto personal, distintas maneras de entender la justicia. Quien se presenta como militante del Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño es una desplazada ante el arraigo de la nación vasca. El personaje puede pegarse demasiado a la máscara al prolongar el mantenimiento de su decisión. Tipos como El Inhumano demuestran que Luis Tosar es un animal dramático, un rehén de la heroicidad que combate en la sombra para que el sistema gane. Capitaliza una narrativa a caballo entre la tensión y la ocultación. El papel plano de mirada fría le sienta bien. El equipo que forma con Carolina es una conjunción perfecta que deja ver un paternalismo deseoso de ser algo más. Diego Anido, el asesino convincente, creíble y desalmado, llena la pantalla con su mirada desconfiada. Víctor Clavijo se defiende con soltura junto a la interpretación desaprovechada de Nausicaa Bonnín en un entorno masculino.

La infiltrada junto al inspector Ángel, El Inhumano, (Luis Tosar)  
El miembro de ETA Sergio Polo (Diego Anido) en el momento de su detención

El proyecto no es ambicioso en su hambre por sobrepasar el suspense o alcanzar entretenimiento, tampoco aterra. El anzuelo de la batalla contra ETA aprende a nadar en aguas turbulentas que deben ocultar odio mientras exhibe su amor a la kale borroka. Las referencias a las prácticas poco ortodoxas de la policía durante las detenciones de los acusados por pertenencia a grupo armado son vagas. Su papel en relación con los fondos reservados se escucha suave. De manera ligera se percibe cierto enfrenamiento entre la Guardia Civil y el operativo de la Policía Nacional encargado de acciones ocultas, como la desarrollada. Apenas se menciona Intxaurrondo, se habla de la tregua-trampa puesta de moda en la época de Jaime Mayor Oreja como Ministro del Interior. La crítica a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad se silencia para no pisar arenas movedizas. Alguna conversación en la herriko taberna alimenta el aire popular poco trabajado. Se hecha en falta mayor presencia del entorno local favorable al aparato guerrillero, del nerviosismo general que a finales de los años noventa se respiraba en San Sebastián. La infiltrada se convierte en una persecución que vive gracias al nombre de ETA. Aunque la estratagema de meterse en la cueva del terror está bien cocinada, Arantxa Echeverría no traspasa la línea de la corrección al presentar un regreso a años convulsos en el País Vasco, no hace recapacitar sobre las dimensiones de la aberración extinta: presenta una exposición de lo sucedido durante ocho años en la vida de Elena Tejada. La buena factura visual no hace migas con diálogos poco entretenidos. La intensidad orgánica de la txalaparta respira con su música, intranquiliza más que las imágenes.
Los miembros de ETA fueron fantasmas que cambiaban de domicilio tan rápido como de denominación: sospechoso, criminal, liberado. La cineasta bilbaína hace hincapié en el proceso que llevó a la desarticulación del Comando Donosti con un final peliculero. Si alguien piensa que La infiltrada, relato construido sobre la única policía capaz de introducirse en la banda terrorista, es un ejemplo de cine intrigante, que lo disfrute. No debería calificarlo de intrépido ni comprometido.

J. G.


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