A Javier Rebollo no le falta razón cuando afirma que
‹‹(la gente)… no sabe tocar la película, no sabe cuál es el protocolo del 35mm››. El propósito de estas palabras concuerda con el sentido de su cuarto largometraje: una reivindicación muy particular sobre el origen del
séptimo arte. Las personas tienen una importancia secundaria, actúan como objetos del sujeto principal en una oración que da significado al
metacine.
En la alcoba del sultán no es una filme biográfico sino un suicidio por la naturaleza del proyecto, un relato dirigido al público minoritario. Se introduce en sus interioridades para desvelarnos los secretos que mueven la curiosidad y la intención de culturizar a un pueblo. El anfitrión de Gabriel Veyre no se interesa por un invento occidental para copiarlo sino para conocerlo y aprender de él: es un curioso sin fronteras. El ayudante de cámara de los
hermanos Lumière canaliza toda la energía desatada por ellos.