La curiosidad que invoca al título de la película dirigida por
Alexandre Aja es lo primero que llega a la mente. Su connotación tétrica, facilitada por el título, es provocado por el vacío que inspira una cabaña perdida en el corazón de un bosque no pisado por el ser humano. Sin necesidad de poner mucho empeño en encontrarlo, el drama sicológico surge entre un aislamiento familiar que raya lo apocalíptico y lo enfermizo. Cierta intriga sin que la sangre se apodere de la pantalla cataliza la imagen del suspense. El universo se ha reducido a una choza, un bosque y la restricción de movimientos familiares, dirigidos por la atadura de una cuerda. Una mujer y sus dos hijos están recogidos en lo que parece un santuario en el fin del mundo. No se dan pistas sobre la decisión que les ha motivado a establecerse en lo más oscuro del bosque, tampoco interesa, aunque se intuye que algo les ha alejado de la civilización, creando su propio ecosistema. El silencio y el acecho recuerdan a
Un lugar tranquilo. El terror no se palpa pero la presencia de fuerzas superiores se adivina. No se conoce por qué Momma, a quien vida
Halle Berry, y sus hijos viven en lo más oscuro del bosque, tampoco interesa, aunque se intuye que algo les ha alejado de la civilización, creando su propio ecosistema. El Mal, escrito con mayúscula inicial, pulula como una amenaza misteriosa mientras la indagación infantil decide pensar por sí misma y aventurarse a imaginar que puede haber algo más allá de la espesura. El temor al acecho, interpretado de manera diferente según los personajes adquieren un perfil, se protege con el escudo de la supervivencia cubierta de religiosidad pagana.