La necesidad por convertir cualquier tebeo en un producto cinematográfico coloca a Marvel en una carrera desesperada por rentabilizar su falta de originalidad y buen gusto. La idea de villano busca actualizarse mientras el conflicto padre-hijo no quiere perderse esta bacanal de violencia carnicera. Inhumana por el método y las intenciones. J. C. Chandor, quien diría que hablamos del mismo que dirigió
Margin Call, plantea un universo particular de bestias que decapita la imaginación. Lo transforma en el zoológico de la tontería con el pretexto de inventar al héroe, crea al defensor de una justicia manchada con el rastro de la sangre convertida en vómito vindicatorio venganza. Su gesta se encumbra al protagonismo de la neurona muerta. La brutalidad y la confusión del enfrentamiento se defienden con la disculpa de los mamporros justicieros que
Charles Bronson hubiera considerado embrutecidos. El caos moldea la monstruosidad del instinto cazador que, lejos de defender la supervivencia, se aferra a la necesidad de liquidar a sus enemigos (que también lo son de la civilización). Kraven es víctima de una persecución que no progresa en intención exterminadora sino que muestra a un ejemplar solitario e infeliz. No destripa a los demás, los mata mientras se devora a sí mismo. Este activista de
Greenpeace está convencido de proteger el ecosistema con métodos que regulan la higiene medioambiental.