Parece un hijo de la carretera, un vagabundo con la guitarra al hombre; un roquero de los de chupa ceñida y botas vaqueras. Pelo engominado, y echado hacia atrás como domesticado por una ola de aire sureño. Rich Hope es el crooner que representa al rock destilado; amante de sus raíces puras. Lo que tiene de rebelde lo transmite en su música: pletórica de riffs agresivos y sencilla. Rápida, efervescente. También es amante del sosiego, del blues reposado, de la armónica colgada al cuello. Su cara experimenta gestualidad transmisora del quejido eléctrico. Hiperactivo con las cuerdas, fuerza cáustica de carga eléctrica; Rich Hope está lleno de fluido magnético. Poseído por una fuerza oculta, desgrana sus canciones con rapidez huracanada. Escuchar a Rich Hope es flotar en el paraíso de la acústica eléctrica.
Su sonido posee más fuerza degustado en corrillo, como sucedió en el céntrico Café Berlín. La noche madrileña se vistió de rock sobre ruedas. Es un chute de blues rock desenfrenado, adrenalítico. En su primera gira por España, y no la última, el músico canadiense enseguida confraternizó con el público madrileño. Sus interpretaciones son un un-plugged en petit comité que enganchan con facilidad. A pesar de que lleva la voz cantante, Rich Hope no venía solo. Le acompañó Adrian Mark en la batería: una sombra que imprime rabia al movimiento de sus caderas. Se ha convertido en vigilante de sus improvisaciones sobre los escenarios hogareños. Junto a él, ambos forman un conjunto circense de difícil separación. Su complicidad se encuentra en el silencio vocal de Adrian, que se expresa mediante una percusión insistente, y el nervio muscular de Rich Hope.
Hope y Adrian constituyen un matrimonio musical de difícil disolución y armónica factura, envuelto en rock homeless. Ambos se necesitan para que Rich Hope and His Evil Doers continúe su camino de éxitos obre las sendas de rock-blues personal. En 1998, sacó al mercado “Good to Go”, su primer trabajo en solitario. Fue el pistoletazo de una música que, una vez escuchada, no deja de atronar en los oídos del oyente. Rich Hope huele a vaquero que no caza recompensas, a furgoneta que va de gasolinera en gasolinera sin destino fijo. Es un vagabundo del blues pertrechado con metralla roquera. Nos visitó con "Whip it to ya" bajo el brazo, su segundo álbum de sonidos frenéticos, como es él. Diabólico e incombustible. Su música es un cuchillo de corte afilado e incisivo.
“En directo no me planteo que canción debería o no tocar, simplemente lo hacemos, tocamos boogie blues y rock&roll de la forma en la que Bo Diddley lo haría.”.