El comienzo prometedor va desmadrándose a medida que el argumento se complica. La sensación de componente político que empieza a dejar buen gusto desaparece pronto. La intriga policial se expresa como violencia por parte de quienes se sienten golpeadores de élite cuando son simples funcionarios estatales. La entrega a la ley de sujetos peligrosos plantea un inicio con inmolación incluida que excita la costumbre calmada de la sociedad oriental. El nombre de
Busan surge como una premonición temible por la que el terror se apodera de la pantalla. Los amantes del género que realza la furia zombi disfrutarán con este ágape de tripas envueltas en efectos especiales que quiere hacer de lo desagradable un motivo de sorpresa. Los cuerpos humanos son reventados sin concesiones, sus pedazos saltan con intensidad aupados por trucos que los sobredimensionan con espectacularidad técnica, saben atraer la atención dormilona. Su empacho produce aversión solamente aceptada por el seguidor del género sangriento. El largometraje es efectismo puro henchido de agresividad barata cuyo guion no aspira a más.
La tormenta se desata en altamar donde un protagonista que recuerda a
Michael Myers no quiere compartir plano ni intenciones. Se vive la angustia de una sublevación marcada por la velocidad del crimen, su cotidianidad y un hambre sobresaliente de huesos aplastados. Los fugitivos se convierten en reyes de la violencia superados por una bestia sin límites. La estructura de
Project Wolf Hunting está diseñada sobre una pieza marcada por mímicas revienta sesos. Es una locura desmedida que necesita matar como alimento para sobrevivir. La barbarie de los asesinatos cometidos por el cine surcoeano a base de cuchillos en
The Yellow Sea prefiere ausentarse de esta carnicería adrenalítica.