El título con que Álex de la Iglesia presenta su proyecto más reciente es sospechoso. No incita a la emoción y mucho menos a la frescura.
El cuarto pasajero se acerca a
Luc Besson con similitud significativa a
El quinto elemento. Para el director francés, cada 5.000 años se abría una puerta entre dos dimensiones. El realizador bilbaíno facilita el paso hacia lo imprevisto durante un viaje grupal en coche cada fin de semana. Para ello, rodea la acción de extraños mientras el conocido es recibido con una excitación inusual, infantil. La experiencia se ha asentado como rutina placentera con caras nuevas, una excusa para acercarse al amor silenciado con excitación adolescente. De la Iglesia construye el día de la marmota dentro de un circuito cerrado. La marcha atrás copula con el delirio del movimiento sin avance. Es el sujeto incómodo de un camino accidentado, una locura engendrada en internet a través de las aplicaciones que favorecen los desplazamientos compartidos para minimizar gastos. Todavía con el recuerdo fresco de
Veneciafrenia y sus delirios, esta incitación a lo desconocido acumula tensión. La anormalidad se convierte en otro ocupante sorpresa. El grupo variopinto es un ingrediente idóneo para caldear posturas y hacer de su acumulación el motor de una trama sencilla. La amistad que podría surgir con este encuentro disfruta una hostilidad de andar por casa.
El cuarto pasajero avanza como una película sobre ruedas a pesar de que termine derrapando en la tontería colisionada.